De chica consideraba que las personas con más de 30 años ya eran grandes, muy grandes digamos. De hecho, es así en cierto punto: etariamente a esa edad uno entra dentro del grupo de la adultez.
Yo estoy a horas de darle la bienvenida a mis 33 (y sí, me podés decir feliz cumpleaños), y la verdad te digo, no sé si me siento adulta.
Conservo un costado al que, por ejemplo, le encantaría poder salir de boliche con sus amigas y bailotear un poco; una vez aunque sea. Por cuestiones técnicas (léase: tres niños, dos de ellos pequeños) y de sentido común (léase otra vez: al único boliche que hay en la ciudad asisten cuasi infantes de 15 años) la última vez que salí a bailar fue hace seis años, para mi despedida de soltera.
Caigo en la cuenta de mi edad cuando por ejemplo, en una charla con mi hermana (13 años menor que yo) le digo –escuchá que buen tema!-, y ella me larga un letal –no lo conozco, de qué época es?. Época me dice, la muy perra, y ahí me siento como Walter, el de la propaganda de Teléfonica.
Una vez que uno cumple 30, todo lo que viene después, viene muy rápido creo.
El último cumpleaños que festejé fue el de mis 29. Y ahí informé que no esperen más festejos de mi parte: no festejo más años dije. Al año siguiente me salteé la crisis de los 30 porque la llegada de mi hijo cuatro días antes del aniversario de mi natalicio lo hizo pasar inadvertido.
Los 31 y los 32 me fueron indiferentes, y pasaron y ahora llega otro más.
33 años es mucho tiempo.
Comparo fotos de años atrás con algunas de ahora, y ahí lo noto. Algunas arrugas, kilos, no demás, pero sí prolijamente distribuidos en otros lugares más notorios, la ley de gravedad que empieza a hacerse notar, y algunas canas, malditas y horribles canas, que insisto en arrancarme.
Es posible que la crisis de los 30 se haya atrasado y me agarre ahora? Tres años más tarde?
Entonces, pensándolo bien mejor no, no me saludes te digo. Hagamos de cuenta que acá mañana no pasa nada…
(Este es Walter, por si no lo tenías...)