Volviendo al tema de mi infancia mi barra infantil estaba conformada por Lorena (mi amiga del accidente con el paraguas), Inés, Graciela, Macarena, Cintia, Virginia, Roberto, César, Alberto, Luis, Carlos, Mario y Marcelo. Eventualmente se sumaban algunos otros: Toto y los mellis, hermanos de Lorena, Leonardo, mi hermano, Emiliano y Leonel, Sergio, José, Néstor y las japonesitas.
Todos nos juntábamos todos los días, sin importar si estaba lloviendo, si hacía frío, o si el calor era insoportable.
Si estaba lloviendo el plan genial era atravesar la alcantarilla con un palo que usábamos de jabalina: había que venir corriendo, clavar el palo en la mitad de la alcantarilla y con el impulso llegar al otro lado. Marcelo había sido el impulsor de la idea. Marcelo era “la monita”, sobrenombre poco amigable que le habían puesto los chicos porque reconocían en él algún pariente animal. La "monita" un día de mucha agua en la alcantarilla vino corriendo, saltó, clavó el palo en la cuneta y ahí quedó: había tomado poco impulso y quedó aferrado a la jabalina en la mitad de una cuneta llena de agua. Se tuvo que tirar y fue motivo de carcajadas durante varios días.
En otras ocasiones pasábamos días enteros construyendo casas, para lo cual alguien terminaba trepado a un árbol cortando ramas para hacer las bases. Roberto era el que se dedicaba a eso. Flaco y alto tenía una habilidad terrible para treparse hasta lo más alto de las casuarinas. Pero de ser el héroe del barrio pasó a quedar convertido en leyenda: un día subió hasta la mitad de un árbol para cortar una rama, sacó el serrucho y se sentó… sobre el lado que estaba serruchando. Cayó con la rama, el serrucho y toda su humanidad desde calculo 3 o cuatro metros de altura. Quedó tendido en el piso, casi sin poder respirar del golpe que se pegó. Cuando reaccionó, mientras varios pares de ojitos lo rodeaban sin poder creerlo, comenzó a reirse a carcajadas, y con alivio por poder sacar la risa contenida, todos nos reímos con él.
Como dije, había días en que se sumaban otros amiguitos. Las “japonesitas” eran dos amigas que vivían a la vuelta del punto donde nos juntábamos. Hijas de papá japonés y mamá argentina cuando se sumaban causaban sensación. Las mirábamos extrañados, con esa impunidad que te da el ser chico, y siempre terminaban en el centro de la charla, con todos nosotros haciendo preguntas sobre lo que comían, si dormían, como dormían y ese tipo de cosas, y ellas respondiendo mansamente a nuestros cuestionarios. Un día nos invitaron a las chicas solas a su casa a jugar y ahí cayeron todos los mitos: era igual a cualquiera de nuestras casas. Solo nos llamó la atención el hecho de que en la cocina había una pila de platos, ollas, cubiertos y demás sin lavar en la pileta. No como cualquier pila de cosas que uno deja de la noche a la mañana, no; pila mal, pila de días de no tocar la pila. Cuando nos descubrieron las japonesitas mirando la cocina y vieron que era lo que nos llamaba la atención nos explicaron que la mamá lavaba los platos cuando ya no le quedaba nada por ensuciar en la alacena: se le acababan los platos limpios y ahí recién lavaba. Cuando nos fuimos y el resto de la barra nos preguntó como era la casa por dentro contestamos que como las nuestras pero explicamos detalladamente la costumbre “oriental” según nosotras de no lavar los platos: “en Japón los platos se lavan cuando ya no quedan platos limpios” (si lee esto Pao se debe estar matando de risa!)
A grandes rasgos ésta fue la gente con la que me juntaba cuando era chica. Gente a la que en muchos casos no volví a ver, porque se han ido del barrio, o que cruzo en la calle y casi ni nos saludamos.
Y pienso en lo loco de las relaciones humanas. De pasar de ser inseparables, de conocerse más de que nos conocía nuestra propia familia, a pasar a ser un completo extraño.
Es raro, pero es así.
Igual sepan que cada vez que los cruzo me acuerdo que vos Roberto, serruchaste la rama sobre la que estabas sentado; que vos Monita, no tomaste impulso suficiente y tuviste que tirarte a la alcantarilla porque la jabalina quedó clavada en el medio y no se movió de ahí, que vos Lore quedaste en bombacha en la vereda, y que "en Japón los platos no se lavan", y así con cada uno de ustedes.
Y por esos recuerdos imborrables, gracias, enormes gracias porque forman parte de una parte genial en mi vida!
Jajaj! Clo, SOS GENIAL! Es tan real lo que decís sobre las relaciones humanas, loco! Pero los recuerdos quedan y a pesar del tiempo o la distancia nos traen al lado a esas personas un ratito, no?
ResponderEliminarMe morí con tus anécdotas de infancia, qué lindas!
Sobre todo con esa "zona desconocida" de la casa de las japonesitas que estaba en el imaginario y la pila de platos sin lavar! :)
Pero no sé qué costumbre será, eh! Al menos acá no apilamos nada! jajaj
Besos grandes!
LA BARRA, que hermosos años, de no preocuparse por nada, de ir de aca para allá, todo lo haciamos juntos, ahora nos encontramos seguido, y si esa epoca todos la recordamos con cariño, yo creo fundamentalmente porque ya paso!
ResponderEliminarajajajjajaajaj me muero!!!!!!!!! ajajjaaja esas cosas que hacemos de chicos!!! ajjajajjajajja besos!
ResponderEliminarLas mirábamos extrañados, con esa impunidad que te da el ser chico
ResponderEliminarClau, son muy lindos tus relatos, tan vívidos, llenos de imágenes! Disfruto mucho leerte! Besos enormes. c.
Es verdad, por qué a veces cruzamos una mirada fugaz con aquellos que compartimos tantas cosas y nos unen recuerdos tan lindos? Seguro que si nos pusiéramos un minuto a recordarlos juntos, volvería a ser casi como antes.
ResponderEliminarBesito grande, buenísimas tus historias!!
CloH, ´maginate si vos ponés la costumbre japonesa en práctica, con tanta vajilla, te tenés que mudar!
ResponderEliminar¿Cuándo volvés a BA?
Me encanta cómo contás historias de tu vida!
ResponderEliminarNosotros hace como un año a través de facebook retomamos contacto con la barra de la infancia y la adolescencia y nos juntamos todos los meses. Para mí fue como recuperar una parte de mi identidad que estaba media perdida. Un placer juntarnos, reírnos miles de veces de las mismas historias, sentir que esas cosas que te unen de chico, siguen estando ahí!
Besos
Tremendo lo que escribiste me quedó dando vueltas eso de que uno casi no se saluda con quienes eran nuestros amiguitos. Me pasa lo mismo, en mi es un poco de timidez y por otro lado es como pensar que lo que nos unía no nos une más... Bastante triste. Candela
ResponderEliminarLa niñez!!!! cuanto darìamos por volver solo por un dìa,no?
ResponderEliminarMe encantó esto, bah, me encanta la idea de tener una 'barra' del barrio... A mí no me pasó, no conocía a absolutamente nadie cerca de mi casa, y, la verdad, como viene la cosa, no creo que G pueda llegar a tener grupo de amigos con los que jugar en la calle, como sí tuvo mi marido, y recuerda con tanta alegría como vos.
ResponderEliminarBeso enorme Clo!
jejeje!...con razón te acabo de conocer a travez del blog de Pao, seguís tratando de ver si la cosa es real o no?...jejej!
ResponderEliminarBueno, vengo a visitarte desde Mar del Plata pasando por Japón y tratando de aterrizar en Chascomús.
Muy entretenido lo que leí hasta ahora.
Beso desde Mardel
http://norma2-siempreesprimavera-norma2.blogspot.com